Hace 35 años en el filo de la montaña, frente a las vacas y la tierra sembrada con papas. En el mismo lugar donde en días despejados se divisa, a ojo limpio, el valle de San Nicolás de Rionegro, La Piedra de el Peñol y los Farallones del Citará, Carlos Pineda, médico ortopedista, preguntó a Luis Gonzalo Soto Atehortúa, campesino de la región de Santa Elena: ‘‘Hombre, Luis Gonzalo ¿Será muy difícil hacer que los árboles se den en estas tierras?’’
Luis Gonzalo, enamorado de la naturaleza le respondió, No, no es problema … Desde ese día, médico y campesino hicieron equipo con el único objetivo de lograr que el bosque nativo volviera a la montaña.
‘‘Luis Gonzalo me enseñó la forma natural para que el bosque crezca’’, dice Carlos. ‘‘Primero entra el helecho, después este cubre la hierba. La hierba se seca y debajo del helecho los animalitos y los pájaros dejan ramitas, fruticas y pedacitos del bosque vecino… Así, con la ayuda de la naturaleza y con paciencia nace el bosque. En aquella época había menos de media cuadra de bosque, hoy puede sobrepasar unas quince cuadras’’.
La relación con la montaña es algo que Carlos Pineda lleva muy adentro. ‘‘Cuando vine por primera vez a la montaña me dije, ¡qué bueno una montaña para cuidarla como uno cuida a la mujer que se consigue en la vida! Me enamoré de ella y aquí estoy… ’’ Cuidar la montaña ha sido una cuestión de paciencia y convencimiento.
No faltó el ingeniero forestal que le aconsejaba sembrar pino pátula que, en ese filo y en pocos años, le daría un beneficio excelente. Tampoco faltó el que pensara que esa tierra era perfecta para parcelar. Y desde hace treinta años la gente sube hasta el filo a divisar el paisaje.
Sin embargo, Carlos no prestó atención a ninguno de los consejos anteriores. ‘‘Si la gente viene hasta aquí a mirar el paisaje, pongamos un mirador, un lugar donde la gente pueda llegar, descansar y tomarse un fresco y divisar, la hermosura de Antioquia.
El Mirador tiene más de veinticinco años. Quien sube allí encuentra un paisaje espléndido, un bosque natural, un restaurante para tener qué tomar y qué comer, un lugar tranquilo para pasar unas noches en cabañas y glampings y sobre todo, un espacio para desconectarse de la ciudad compartiendo en familia, amigos y pareja momentos únicos rodeados de la paz de la naturaleza y conectándonos a la tierra a través de los cinco sentidos.
En cuarenta años de convivencia con la montaña, Carlos Pineda, guiado por Luis Gonzalo, aprendió a conocerla. Ahora distingue las especies de árboles con solo mirarlos: ‘‘Los veía tan bonitos y no sabía que existían.
Con ellos me sucedió lo que le sucede a alguien que tiene un vecino que nunca conoce, no sabe que es encantador o es quien le ha dado vida a la tierra y uno lo descubre de un día para otro… ¡Y cómo no va a querer uno a ese vecino! Todos estos árboles eran mis vecinos y no los conocía… ‘‘Ahora los conozco y los nombro sin temor a equivocarme: este es un Arrayán; ese otro, el Siete Cueros; allá está el Canelo; el Chiriguaco y el Encenillo.
Con hojas de encenillo hervidas mi mamá hacía gomina y nos peinaba; y de ese otro, el Drago, es de donde se saca una leche que sirve para curar heridas… ‘‘ Y así, como cuando se habla de algo que se conoce bien, Carlos Pineda menciona el Amarrabollos, el Carate, el Niguito, la Chilca, los Helechos y el rey de los helechos: el Helecho Arbóreo. También, el Tabaquillo y el Cajeto.
‘‘La fauna es muy pobre”, dice Carlos y la razón es porque el cambio climático ha afectado la floración: los árboles no producen frutos y eso incide en la fauna. Hemos dejado pasar mucho tiempo y cada vez es más difícil recuperar la tierra. Ya vienen muy pocos pájaros, tampoco vienen mariposas. En los pozos que hemos hecho para recoger aguas lluvias ya no hay renacuajos y solo, de vez en cuando, se ven algunas águilas cuaresmeras’’.
En la montaña no hay maleza. La maleza es la actitud de quien no la cuida. El primer enemigo del bosque son las personas: el musgo; los cardos, que nacen en los árboles y la tierra de capote la venden. La deforestación es otro mal del hombre, donde se trata mal el bosque y causa derrumbes, represa el agua y arrastra todo, incluso las viviendas.
“Aprendí a querer este bosque y a los campesinos de esta región, viendo cómo lo cuidan, porque ellos se dan cuenta de su importancia. Sin embargo, cuando el acueducto llegó no se educó a la gente, y como ya todos pueden tener agua sin importar, si cuidan del bosque o no, algunos han perdido interés en él. No sé cómo se hacen obras en estos lugares y no se educa a la gente en su relación con el bosque…”
‘‘Construímos una torre en el filo de la montaña, dice Carlos Pineda, es un octágono de doce metros de altura que tiene por objetivo llamar la atención sobre la tierra. Desde esta, la Torre Antioquia Gaia , será posible observar los alrededores.
‘‘Gaia’’ es la Madre de todo, origen de la tierra y el universo en la mitología Griega. Es nuestra manera de concientizar sobre la realidad del planeta. Una torre visible desde la autopista, varios lugares del oriente y los aviones’’.
Para llegar al Mirador Cerro Verde y enamorarse también de la montaña y de la tierra, basta con seguir la variante de la avenida las palmas. Frente al D1 hay una entrada, el Mirador está a cinco kilómetros y medio, solo debemos seguir la señalización y, en el filo, está la Montaña, así con mayúscula…
Bienvenido al Mirador Cerro Verde… Tu casa, mi casa y nuestra casa.